giovedì 1 dicembre 2011
LA CELESTINA
Acabo de ver La Celestina de Gerardo Vera. Peli técnicamente muy buena, óptima fotografía de José Luis López Linares, vestuario de Sonia Grande y puesta en escena excepcional entre Guadalajara, Toledo y Cáceres pero... la reducción del texto es bastante floja, perdiendo todo el maravilloso trabajo de Fernando de Rojas que es la razón por la que se estudia. Se pierde el juego de los registros linguísticos de Celestina entre nobles y criados, los personajes son planos, sin profundidad, y todo se estandariza según unos cánones y unas lógicas de contemporaneidad que poco tienen que ver no sólo con el siglo XV, sino también con otros posteriores. No hay comparación con otra comedia histórica, como es el caso de la contemporánea (por año de grabación 1996) El perro del hortelano de Pilar Miró, ni siquiera como reparto. Emma Suárez y Carmelo Gómez eclipsan a una Penélope Cruz con voz de patito y a un imberbe Juan Diego Botto. Única excepción, la gran interpretación de Terele Pávez en el rol de la protagonista.
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Hola. Yo soy el verdadero autor de la Celestina, el mismísimo Anónimo. Aunque De Rojas la ha modificado, yo la escribí primero, hace más de quinientos años, cuando la imprenta era la cima de la tecnología y Nebrija acababa de codificar el castellano. Por entonces creíamos que el universo daba vueltas en redondo. Acabábamos de barrer los foros romanos, justo a tiempo de tomar el testigo de Bizancio. Oriente había caído, pero nos volvimos hacia el Oeste y descubrimos un nuevo mundo. Estábamos en un momento de equilibrio entre el pasado y el futuro.
RispondiEliminaPero yo ya había viajado mucho, ríos de tinta y desiertos de vitela. Aunque nadie lo sabe, escribí las primeras líneas de El Quijote, y recuerdo donde está. En la misma lengua de Castilla había compuesto el Lazarillo y el Cantar de Mío Cid. Desenrollé la materia de Bretaña como una larga alfombra hasta Santiago, y en Roncesvalles, le di la Chanson de Roland a los peregrinos. Tomé los versos aliterados del norte indómito, para salvar del Ragnarök el Beowulf y el Cantar de los Nibelungos. Pero ya entonces era un viejo escribano, que seguía como una discreta sombra a los escaldos. En realidad había nacido hacía ya miles de años, en la torre de Babel, y después de incidir el primer alfabeto en el barro, aprendí el secreto de la esfinge, y le enseñé a los griegos el Ditirambo. Trabajé para el mismísimo Homero, sustituyendo a Ulises ante Polifemo. Luego forjé para Virgilio el molde de la Eneida, que él insufló de la nueva lengua del Orbe. Entonces, me deslicé entre los siglos oscuros, y fui el primero en garabatear las primeras glosas en muchos idiomas hasta que, precisamente en Toledo, jugando a dibujar un dialecto hermoso como una mariposa, escribí el Indovinello Veronese. Seguí el ascenso de esa lengua desde lejos, y cuando estuvo en flor, quise cerrar el círculo y le presenté a Dante a Virgilio, que ya no creía en imperios terrenales. En el mismísimo infierno, escuché a Francesca el nombre de Galeotto; y fui a hacerle compañía a unos jóvenes que defendían la esperanza en el locus amoenus. Les enseñé a contar historias y alumbrar un mundo nuevo, pero no quise para mí más que las líneas humildes del Indovinello. Viajé a Verona, que hallé envuelta en luchas fratricidas. Entre el odio y el rencor, encontré el amor como una margarita, y lo inmortalicé en una tragedia, que más tarde firmó un tal Shakespeare, y recitaron muchos actores enmascarados con nombres falsos. Pero yo seguí concentrado en todas las pequeñas cosas que nunca pasarían a la historia. Aprendí a escuchar el pulso de la tierra. Soy el único que sabe como suena un árbol al caer en medio del bosque. Puedo caminar sin romper el equilibrio delicado de la nieve, sin quebrar el silencio más perfecto. Sé lo que piensan las cosas. Me he hecho a la mar y he surcado, más que millas, siglos náuticos. He doblado el Cabo de Hornos antes de Magallanes, y fui el primer habitante del ciberespacio, cuando estaba vacío de vanidades. Desde entonces escribo aquí y allá, para todo aquel que me lo solicita, evitando todo reconocimiento. Soy un alquimista del lenguaje, hago todas las combinaciones de letras capaces de generar sentido, y pinto de connotaciones los sonidos. Conozco los pliegues secretos de la intrahistoria, las palabras bastardas y los relatos apócrifos. Soy el más humilde de los hombres, porque he renunciado a mi identidad, por no enjaular mi alma en un nombre. Dicen de mí que soy cobarde, pero sólo digo lo que otros piensan. Restauro las ideas descartadas, y apadrino los pensamientos huérfanos, cuando ya no los reconoce nadie. Soy único y genérico, y antes de Einstein, Newton y Galileo, ya sabía que el universo era tan dinámico como las partículas que se agitan en los átomos.
Me he encontrado tu blog, siguiendo a una mariposa en esta selva de palabras. Me ha gustado leer lo que escribes. Está muy bien, para ser obra de un nombre propio, aunque sea tan bonito como el tuyo. Te felicito, en todos los sentidos.