La presentación del texto de la edición se completa con el aparato crítico, constituido por la relación de las variantes de las lecciones no acogidas en el texto y, si fuera preciso, por las explicaciones en nota.
En el aparato crítico van registradas todas la variantes sustanciales, mientras que las de forma suelen ir recogidas en apéndice.
En un aparato positivo (más completo y más claro) se recogen no sólo las variantes rechazadas, sino también la lección acogida en el texto, transcribiendo primero ésta, repitiéndola y enmarcándola en un paréntesis cuadrado [ ], y se dan las siglas de los testimonios que la presentan. A continuación, se dan las variantes no acogidas y las siglas de sus respectivos testimonios, manuscritos o impresos.
En el aparato negativo (más sencillo y económico) se relacionarán unicamente las variantes rechazadas con las siglas de los testimonios que las contienen.
El aparato crítico tiene que ser conciso, dar cuenta de las variantes con las siglas de los testimonios y no insultante hacía anteriores ediciones. Puede ser genético (da cuenta de las variantes anteriores al texto fijado) o evolutivo (da cuenta de las posibles variantes introducidas posteriormente).
Los lugares del texto que necesitan de una explicación la encontrarán en las notas explicativas. Éstas, para ser exhaustivas, deberían dar cuenta de las fuentes, o recoger lugares paralelos que guarden relación con el texto, ya sean del propio autor ya de otros autores. Es un trabajo de la hermenéutica (interpretación de los textos) que tiene como punto de partida la existencia de dificultades textuales y lingüísticas en la obra.
Las fuentes para escribir un buen aparato de notas son las gramáticas de la época, las historias de la lengua, los diccionarios y léxicos.
A finales del siglo XV encontramos los primeros repertorios léxicos de la lengua española.
En los siglos XVI y XVII predominan los vocabularios bilingües o trilingües.
En 1611 se publica el Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias Horozco, el más importante y rico inventario léxico de la época clásica.
Ya en el siglo XVIII aparece el Diccionario de Autoridades o Diccionario de la lengua castellana, publicado en Madrid en 1726-1739.
En el siglo XIX se compusieron diccionarios etimológicos, cuya obra magna es el Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico de Juan Corominas y José Antonio Pascual.
Un lugar próximo al de los léxicos de autor lo ocupan las concordancias de obras singulares o la producción completa de un autor: Cantar de Mio Cid, Libro de Apolonio, Libro de buen amor, Arcipreste de Talavera, Celestina, Garcilaso de la Vega, Santa Teresa, Quijote, Calderón, Bécquer, García Lorca, etc...
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